
“Nunca pisa la batalla tanto ruido de guerreros, traen de sus almenas la paz de los cementerios. Háblame de tus abrazos, de nuestro amor imperfecto, de la luz de tu utopía, y que tu voz tape este estruendo”
Hoy no entiendo la lucha de los momentos vacíos. Esa lucha inagotable sobre algo que no se sabe por qué se lucha. Es paradójico y a la vez, conozco a varias personas que se sienten caminar por un pasillo sin forma ni color. Atravesando cada adversidad vivida y catalogada como “natural” en su propio sistema y haciendo del mundo un espacio sin color. No es mi mejor cualidad sinceramente, la positividad es algo que siempre me saca a flote. En ese sentido me es difícil involucrarme con esta sensación y analizarla subjetivamente porque no puedo comprenderla del todo.
Es muy cierto que a veces tocamos nuestro propio limite, sentimos que no nos queda más por hacer, que ese sentido de superación propia se nos esfumó, que el entusiasmo no es igual que en el inicio de cada cosa que efectuamos, y sentimos que tocamos un tope. Que ya no sabemos porque luchar, o nos cansamos y lo abandonamos. Es cierto y quizás adentrándolo por ese lado puedo llegar a comprenderlo mejor.
Pero siempre me inspiro y enfoco en otra época. En cuando la lucha y la liberación iban por algo más o por uno mismo, se peleaba por algo, por una creencia, una manera, una forma por ¡algo!... hoy ese desganos nos sacó las ganas de luchar, y creo que llegó a tal punto que olvidamos luchar por nosotros mismo… por nuestros sueños más profundos. No es necesario ir contra un sistema para pelear por lo que queremos, por una “idea” o por esos ecos de una idealización que creemos utópicas pero al mismo tiempo verdaderas.
Por más en vano que sea esa lucha, se vive honorablemente sabiendo que pelamos por ese ideal. Por esa guerra que nunca damos por perdida. Por esa forma de poder percibir que nada está perdido, sólo si así lo queremos, sólo si así lo elegimos. Es triste vivir una vida, sin saber por qué vivimos, por qué pelamos, por qué existimos. Y nuestra razón de ser nos dice que hay mucho más que el día a día…
Hoy no entiendo la lucha de los momentos vacíos. Esa lucha inagotable sobre algo que no se sabe por qué se lucha. Es paradójico y a la vez, conozco a varias personas que se sienten caminar por un pasillo sin forma ni color. Atravesando cada adversidad vivida y catalogada como “natural” en su propio sistema y haciendo del mundo un espacio sin color. No es mi mejor cualidad sinceramente, la positividad es algo que siempre me saca a flote. En ese sentido me es difícil involucrarme con esta sensación y analizarla subjetivamente porque no puedo comprenderla del todo.
Es muy cierto que a veces tocamos nuestro propio limite, sentimos que no nos queda más por hacer, que ese sentido de superación propia se nos esfumó, que el entusiasmo no es igual que en el inicio de cada cosa que efectuamos, y sentimos que tocamos un tope. Que ya no sabemos porque luchar, o nos cansamos y lo abandonamos. Es cierto y quizás adentrándolo por ese lado puedo llegar a comprenderlo mejor.
Pero siempre me inspiro y enfoco en otra época. En cuando la lucha y la liberación iban por algo más o por uno mismo, se peleaba por algo, por una creencia, una manera, una forma por ¡algo!... hoy ese desganos nos sacó las ganas de luchar, y creo que llegó a tal punto que olvidamos luchar por nosotros mismo… por nuestros sueños más profundos. No es necesario ir contra un sistema para pelear por lo que queremos, por una “idea” o por esos ecos de una idealización que creemos utópicas pero al mismo tiempo verdaderas.
Por más en vano que sea esa lucha, se vive honorablemente sabiendo que pelamos por ese ideal. Por esa guerra que nunca damos por perdida. Por esa forma de poder percibir que nada está perdido, sólo si así lo queremos, sólo si así lo elegimos. Es triste vivir una vida, sin saber por qué vivimos, por qué pelamos, por qué existimos. Y nuestra razón de ser nos dice que hay mucho más que el día a día…
DG