domingo, 22 de junio de 2014

Destino.



"Buscar una cosa es siempre encontrar otra. Así, para hallar algo hay que buscar lo que no es. Busca al pájaro para encontrar la rosa, busca el amor, para hallar el exilio, busca la nada para descubrir un hombre, ir hacia atrás para ir hacia delante.
La clave del camino, más que en sus bifurcaciones, su sospechoso comienzo o su dudoso final, está en el caustico humor de su doble sentido. siempre se llega, pero a otra parte.
Todo pasa.
Pero a la inversa."




El trabajo, la rutina, el hecho de saber que no tengo vida, me perturba más de lo que quisiera admitirme a mí mismo.
Las estaciones pasan como rápidas fotografías en movimiento sin que pueda vislumbrar exactamente la imagen anacrónica que reflejaba cada una de ellas. Todas son sin forma. Ninguna domina precisamente mi atención y a la vez todas juntas me hipnotizaban. La velocidad es breve pero pareja… si el tren frenara, todos moriríamos como nada. Cuanta inercia. Ese tren es como mi vida… si… llegara a parar…
Me siento solo, creí que estaba mejor pero… confieso que quizás me siento más bien “apartado” alejado de todo, siento frío y vacío los asientos que no están ocupados. Me siento lleno de asientos vacíos, lleno de espacios sin llenar, lleno de ausencia.
Siempre me acuerdo de esa frase de Borges que me cataloga tanto…: “Toda esa noche no pude dormir porque algo combatía en mi corazón.”… si mi vida llegara a parar… sería un desastre.
Tomo mi maletín y lo escondo más abajo entre mis piernas por el tumulto de gente que acaba de entrar; quizás el impulso sea innecesario ya que no tengo más que papeles, y alguna que otra poesía más.
Una mujer joven sube al vagón, se sienta en el otro extremo del mismo, queriéndose apartar de mí, creando espacios que me hacen sentir más ajeno, pero compartimos el mismo lugar lleno de gente y eso me reconforta.
Mi única meta es llegar a destino, aun sin conocerlo, aunque confieso que esa mujer llama a mi intriga. No hubiese creído que tuviera más que mi edad. Su pelo, es de la negrura más infinita que mis ojos hayan vislumbrado, fino, largo. Su piel cual porcelana, hace aparecer sus pestañas largas y delicadas aunque sus ojos despiertan aun más mi curiosidad. Su pelo impone delicadamente una barrera entre nosotros que no me permite verla completamente, y la gente no ayuda para nada.
Es la única persona que hace que mi espacio no sea tan vacío, ni tan negro ni tan desesperantemente justo pautado tras los minutos que marca el reloj.
Miro el suelo, recorro mis zapatos tratando de parecer una sombra en medio del murmullo. Como por costumbre, sus ojos entonces se enfocan en mí. Pude ver su ademán aunque no puedo distinguir su forma; la ignoro, quiero ignorarla porque me duele su presencia allí. Aunque no hace nada, aunque apenas si se mueve, contamina mi espacio, me reconforta pero invade mi soledad y eso ya no me deja solo me deja aunque no quiera con su presencia flotando en el aire. No la de ella… la de alguien más. Me la recuerda. La corporiza. Me perturba.
Tomo valentía y la miro. Sólo gasto una décima de segundos marcados en mi reloj. Me hundo en su negrura, en su espesura negra. Sus ojos brillan como una negra noche, o quizás aun más oscura que la noche, más oscura que mi alma, que ha encendido repentinamente una fisura de luz.
Esos ojos…. ya los he visto. Me detengo otra vez en mis zapatos a asimilar lo que he notado, cierro los ojos y siento como la saliva transita mi garganta.
Solo, oscuro, una luz está encendida en el fondo del pasillo: es ella… como alguien más. Brilla como el faro de algún puerto lejano, como la luz que anticipa la encalladura de un barco que antes se hundió en esos ojos negros, más negros que la noche.
Esos ojos los he visto miles de veces, centenares de miles de veces, y no porque fueran corrientes, sino porque los he soñado…. Pensando en ella.
Ella ajena a cada pensamiento que empapa mi alma de gotas que la nombran seguirá su camino, como ya lo ha hecho antes y como ha entrado en ese vagón, (aunque su destino la haya topado conmigo), se irá.
Soy demasiado cobarde para mirarla, para quererla, para siquiera pensar en algo más que en sus infinitos ojos. Mi vida, no ha tenido nada y en un segundo tenía más de lo que podía aceptar. Yo no quería nada.
Mi mente se fuga… Sus ojos se posan sobre mí, no se despegan de mi contextura, y el tren ya no se ha detenido en más estaciones, pasa y pasa, y pasa, y ella está inmóvil e inquieta (siempre lo estuvo) los movimientos oscilatorios del vagón la molestan. Está lejos, pero su mirada se siente tan cerca, siempre sobre mí, tan sobre mí que hasta puedo sentir que me perfora la piel.
Abrí mi pecho y dejé tan expuesta mi verdad que me condené a aplacar las llamas que desencadenaba su quieta e imperfecta figura femenina sobre mí. La deseo un poco sin querer nada de ella. Es así. Es tan extraño. No tiene sentido.
De repente mi mente la soñó, la tuvo y la abandonó como en caída. Ella se levantará (yo lo sé) y nuestras miradas jamás se cruzaran otra vez. Jamás.
Pero ella, y nada más que ella ha profanado mi espacio. Pero ahora vuelvo a seguir mi viaje solo, está destinado, estoy obligado a que sea así, y por eso la odio.
Tal vez es un error dejarla ir, pero… ¿no tengo acaso toda la eternidad para equivocarme?
Ahora lo veo claro clavando mí vista en el suelo: La amo… pero sufro porque estoy imposibilitado a mostrarle mi amor. Ella me abandonará porque yo ya la he abandonado.
Ya no puedo evocarme al olvido.

Los segundos en el reloj serán iguales a partir de ahora.

Dai.