
Miró por el vidrio. Llovía, era triste la imagen que se reflejaba en el cristal, ya no se reconocía. Ya no tenía ningún sentido. Pensó en una promesa, un juramento para volver a ser quien era. Nada parecía consolarla. Se perdía en sí misma. Su único fin: Desaparecer. Volar. Trasmutar la noche oscura, patética, triste. Desgarrándose en un sinfín de momentos que luchaba para arrancarse de la memoria. O peor aún, del corazón. Perdía sus sentidos de pertenencia, ya nada, nada le pertenecía.
La usencia: Un agujero en medio de la nada. Un vacio que se gesta en la mirada, un cuidado que no está más que para marear los espacios nauseabundos en su corazón. Espasmos y desmayos intermitentes que se funden en sus lágrimas para remarcar lo sola que estaba, porque no solo estaba ausente de algo, sino que al no tenerlo, no tenía nada. ¿Quién está ausente si no hay nadie? ¿A quién llorarle cuando lo único que hay es lo que no hay?
Todo lo que tenía era lo que no tenía. Nada
Cruel y andrajoso destino, en donde se sumergía en busca de la felicidad.
Cronograma de horas perdidas, crucigramas de encuentros.
Realidades que bifurcan los caminos que la encuentran.
Rápido olvido que se bebe como poción, poción de a gotas que lo olvidan y se pierde en lo que es, o ¿por lo que era se perdía? No importa. Ya encontrarse parece el camino más largo, el más difícil. Quizás ya no quiera encontrarse, porque eso… eso… la deja con ella. Y ahora quería estar sin ella, sin él…sin nada.
DG
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