domingo, 2 de mayo de 2010

No podemos tener miedo de los océanos que nos sumergimos por nuestra propia voluntad

“La vida es a veces muy avara: la gente pasa días, semanas, meses y años sin sentir nada nuevo. Sin embargo, una vez que abre una puerta, una verdadera avalancha entra por el espacio abierto. En un momento no tienes nada, y al momento siguiente tienes más de lo que puedes aceptar”



Cada día a cada hora, en cada calle recorrida, en cada baldosa pisada, en cada camino caminado, estamos marcando nuestro destino.
Hoy no tenemos nada, pero es el espacio que se forma, el silencio que se fomenta, la calma que se acumula después de una tormenta. Las leves brisas se levantan antes de cualquier viento fuerte.
Cada palabra dicha, dicha o no, está marcando un destino. Cada aguja, cada manivela del reloj marca el segundo sentenciado para cada uno de nuestros momentos pautados. Cada pequeña región de nuestro cuerpo hace ademán de lo que pronto sucederá.
Hoy no tenemos nada, pero lo anhelamos, y cuando lo tenemos. Quizás no lo queramos.
Nos acostumbramos tanto a vivir así que aceptar el viento, aceptar al cambio, declive en nuestro destino, lo hace más grande lo embellece… pero nos sentimos incómodos frente a ese sentimiento porque no lo hemos conocido antes, es raro, confuso, difuso, a penas si creemos ver alguna luz en el fondo, pero apenas. Aquello es lo “mejor”, pero no quiere decir que aquello sea “bueno” lo mejor y lo bueno son conceptos opuestos, pero aun así, seguir alguno de los dos, detona romper con estructuras formuladas antes de vivir con lo que queríamos y nos opacamos, nos acobardamos, nos da miedo todo aquello que nos puede hacer feliz. Porque vivimos infelices tanto tiempo, que algo opuesto a nuestra propia manera de vivir, nos desconcierta. Tenemos miedo. Tenemos miedo a no sufrir.




DG

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