la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia."

Allí estaba yo, encandilada con la mágica observación de los trenes. Esa imagen intangible y nefasta, hasta casi mediocre, que muestra la rutina humana, la costumbre, la vasta y poca experiencia sin efecto ni causa que se resume cada mañana cuando todos se dignan a ir a sus trabajos, sus estudios, sus escuelas.
Siempre me pareció totalmente triste esa observación. Será quizás, porque las mañanas me deprimen, los trenes me deprimen, los subtes me deprimen. La gente que espera me deprime. La gente pendiente de que llegue el tren, incapaz de hacer otra cosa en el “mientras”, más que observar el lugar por donde minutos después pase él mismo… me deprime.
Las caras a la mañana me deprimen, el olor a cigarrillo concentrado en mi nuca, la muerte, el frio, la lluvia, la oscuridad, el techo de mi casa, me deprime.
Y sin embargo en toda esa imagen que me parece asquerosamente nauseabunda, hay una belleza que envenena la maravilla del momento en que contemplo la morbosidad del día.
Hay una belleza escondida que se mete debajo de mi piel y me devuelve la sonrisa. Y siento paz, una paz que me soborna por una libertad que me gobierna… que es la belleza, que me dice que detrás de tanta muerte hay vida, como una fuerza benévola que me dice “no tengas miedo”… y entonces creo que hay demasiada belleza en el mundo, y que mi corazón no va a resistir… que va a desplomarse como un coro de ángeles malditos cayendo sobre mí.
Y no puedo más que sentir gratitud. Por cada momento, por cada instante de esta bellicima existencia, por esta porcion de vida.
DG
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